En los límites del estado de Puebla, un poco antes de llegar a Oaxaca, se encuentra el pueblo de San Juan Raya (el nombre deriva precisamente de su condición fronteriza). En esta zona desértica se encuentra la Reserva de la Biosfera Tehuacán-Cuicatlán, y desde el 2006 el suelo ha descubierto secretos que han revolucionado la idea que hasta entonces se tenía de la vida prehistórica en México.
El hallazgo de una franja de 35 metros con huellas de dinosaurios herbívoros, otra de más de 40 pisadas de dinosaurios carnívoros, y de una pared de arenisca en la que se encontraron grabados cerca de 170 rastros de animales —entre los que destacan huellas de cocodrilos, tortugas y pterosaurios—, han comprobado la existencia de animales prehistóricos desde hace cerca de 110 millones de años.
Aunque al parecer estas bestias no habitaban el territorio, la cruzaban durante periodos migratorios en búsqueda de alimentos o de un lugar donde aparearse. Si bien las primeras pisadas de pterosaurios se descubrieron en el Cerro del Pueblo en Coahuila, los científicos han deducido que las encontradas en Puebla son por lo menos 40 millones de años más antiguas.
Además, aparecieron en la zona miles de restos y fósiles de conchas y animales invertebrados como ostiones, almejas y caracoles, que recuerdan que durante el Cretácico Inferior este lugar, al igual que la mayor parte del territorio que hoy conforma nuestro país, se encontraba sumergido bajo el mar, habitado por arrecifes de coral, esponjas, moluscos, crustáceos, gusanos y erizos.
Esta Reserva es la más grande del planeta (con 490,817 hectáreas) y ofrece al visitante un paisaje natural único con más de 2,800 especies de plantas, entre las que destacan cactáceas en forma de columna, agaves, enormes patas de elefante, mezquites, yucas, pitayos y biznagas. El territorio es también propiedad de múltiples especies de animales, como venados, coyotes, mapaches, liebres, correcaminos y tortugas.
Después de años de ignorancia respecto al valor de este lugar, finalmente miembros de distintas universidades nacionales e internacionales se han interesado por el sitio, y es la propia comunidad (de poco más de 200 habitantes) la que bajo su asesoría y capacitación se ha organizado para protegerlos y promover un rico programa de ecoturismo que incluye, además de un Museo Paleontológico y Arqueológico de Sitio, una gran variedad de recorridos diurnos y nocturnos a pie, en bicicleta o a caballo, excursiones con hospedaje y alimentos incluidos, y campamentos para todos los gustos y edades.
La cocina de este lugar se elabora a partir de la flora y fauna local, desde flores hasta insectos, pero todo tan único como el paisaje geológico mismo. Este tipo de turismo tiene poco impacto ambiental y un gran beneficio social, pues son los mismos vecinos quienes se favorecen de los recursos económicos que se generan y que son empleados en gran medida para preservar su patrimonio.
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