Existen algunos destinos en México que, por algún motivo en particular, han quedado abandonados casi en su totalidad, convirtiéndose en pueblos fantasmas que llevan consigo una atmósfera bastante misteriosa. En Durango se encuentra uno de los más especiales, conocido no sólo por su increíble pasado minero, sino también por albergar uno de los puentes colgantes más grandes de Latinoamérica. ¡Tienes que conocerlo!
En Durango se oculta un maravilloso pueblo fantasma de pasado minero y acervo histórico, un destino que vale la pena conocer en caso de disfrutar los sitios de atmósfera mística y rincones legendarios. Se trata de Ojuela, un poblado casi abandonado en su totalidad y ubicado aproximadamente a 15 minutos del Pueblo Mágico Mapimí –que a su vez se localiza en una zona desértica y 80 kilómetros a noroeste de Torreón–, ofreciendo a quien lo visite una experiencia de turismo distinta a lo tradicional.
La historia del pueblo fantasma de Ojuela se remonta hasta la época colonial, cuando el conquistador Francisco de Ojuela se interesó en su territorio debido a que este abundaba en minerales como oro y plata, lo que derivó en que Ojuela se convirtiera en un poblado próspero y habitado por alrededor de cinco mil personas. Sus principales fuentes económicas provenían de la mina de Ojuela y la mina Santa Rita, aunque la inundación de esta última a mediados del siglo XX resulto en el abandono progresivo del pueblo.
Con el olvido de su principal fuente de comercio, poco a poco fueron abandonándose también los templos, tiendas, centros deportivos y negocios locales de Ojuela, hasta que el sitio quedó casi completamente vacío y habitado únicamente por los vestigios de sus construcciones antiguas. Actualmente puede recorrerse para conocer su esencia misteriosa y preciosos paisajes desérticos, así como maravillarse con algunos de sus puntos de interés más destacables.
Además de sus minas, vale la pena apreciar el puente de Ojuela, considerado como uno de los más grandes en Latinoamerica gracias a sus 318 metros de largo y 1.80 metros de ancho. Anteriormente servía para transportar toda la extracción mineral proveniente de la mina Santa Rita, para permanecer ahora como una construcción majestuosa y se envuelve perfectamente entre sus escenarios naturales. A pesar de haberse restaurado en repetidas ocasiones, gran parte de su estructura permanece intacta y como registro del pasado minero en el pueblo fantasma.